Francisco Salas Ante la certeza de ser aves de paso, los hombres constituimos obras, afirmamos posiciones o conformamos actitudes con ánimo de hacerlas perdurables, transmisibles, ejemplificadoras o heredables, mucho más allá de lo que nuestra condición de mortales alcanza. Es paradójico que lo que columbramos que tarde o temprano a nosotros mismos ha de írsenos de la mano, pensemos que tendrá visos de mayor continuidad en las de quienes nos continúen o sucedan, sean estos alumnos, hijos, seguidores o demás personal de toda confesión o credo. Parece que sería más razonable que este tránsito forzosamente corto por el que discurrimos, se aplicara al buen entendimiento y mejor relación para quienes nos son semejantes en naturaleza y condición, practicando aquello de “vive y deja vivir”
Enrique Sarasola, al margen de otras cuestiones que pueden relacionarse con la sensibilidad de cada cual, podría haber sido perfectamente recordado como el propietario español más laureado de la historia del turf español en el exterior, además de un criador que de haber tenido mayor continuidad, podía haberle acercado al trío de sobresalientes nacional. El mundo de las carreras hubiese preferido tener que recordarlo exclusivamente por los triunfos de Helissio, Vert Amande, Partipral, Volvoreta, Alexia o Persian Ruler y otros éxitos que cualquier buen aficionado, desde esa condición, hubiese podido participar haciéndolos de alguna manera suyos; esto, mal que nos pese a todos, no ha podido ser así. Medió en ello su propósito de erigirse en empresario del hipódromo madrileño de la Zarzuela y por ende, de la yeguada de Ulzama y en ese ejercicio y las secuelas posteriores que sobrevinieron, se dilapidó cualquier otro posible caudal.
Ante lo profundamente desconsolador que cualquier desaparición viene a representar para su entorno, que es certificadora de esa vulnerabilidad a la que todos por igual estamos expuestos y abocados, en atención al momento queremos expresar consideración hacia quienes puedan estar embargados por el dolor y el sentimiento de su pérdida, pues por lógica, es precisamente en ellos dónde se alberga el patrimonio perdurable de sus mejores obras.
