| 
               
                
					
                        | 
                        - 13/07/22 
                         Y por fin volvimos a ser felices en Epsom  
                         Recuperando sensaciones pasadas y añoranza por tantos recuerdos  
                         
                         por  Jesús y Jorge de Miguel   Pasaron años, décadas sin que supiéramos qué iba a detenernos de la liturgia de subir,   cada primeros de junio, la colina que desde la estación de tren de Epsom   asciende entre   parques, bosques y yeguadas hasta el coqueto hipódromos donde todavía hoy muchos   sentimos que se entrega una corona al macho de tres años que de momento manda entre   los demás. Ni las crisis económicas, ni los exámenes, ni los trabajos, ni siquiera la llegada   de los primeros hijos, y luego de los siguientes, nos impedían cumplir con la visita que un   día Fernando Savater nos enseñó que había que incluir entre las costumbres hípicas   anuales.     
    Y por fin, la biología, la globalización virológica, lo que por siempre nuestra generación   llamará la pandemia, nos hizo un tachón en dos ediciones de la que era larga lista   apuntando cada ganador presenciado en vivo. Serpentine y Adayar   quedaron como nombres   que sólo son fotografías en internet y no testificaciones directas en nuestras retinas.    Las pandemias, quizá volverán. En otras formas y volviendo a echar el candado a   Epsom, no sería raro retornar a ello dada la deriva actual de la humanidad, en tantas   cosas alejada no ya del día en que Diomed venció en la primera edición (en los   albores de la invención de la máquina de vapor) sino también de nuestra primera   presencia en los Downs, con Benny the Dip siempre en punta hasta le meta   (cuando no había atisbo de lo que un día sería internet). Así que a la espera de posibles   futuros cierres perimetrales –como el que en 2020 cercó el recinto para evitar cualquier   testigo inesperado de la galopada de Serpentine- disfrutemos cada edición en la   que Epsom pueda volver a ser una verbena animada por los mejores 3 años del momento.      
       No asistió en esta ocasión la Reina, que sin duda disfrutó en su televisión de un   caballo con guiño real en su nombre. Tampoco estuvo Lester Pigott, que cruzó la meta del   Derby hasta nueve veces en primera posición, y que unos días antes había sido   llamado a los hipódromos celestiales. No estuvo tampoco, ¡ay!, nuestro querido César   Guedeja, que con tantísimo esfuerzo físico llegaba siempre hasta el hipódromo de Epsom   últimamente y que muy poco después de disputado el Derby salía a esperar al taxi   concertado que le devolviera al aeropuerto. ¡Tantos años nos ilustró con su análisis nada   más terminar la carrera! Brindamos por él varias veces antes y después del Derby, y nos   sentimos acompañados durante.    No sé si otros racegoers echaron también en falta a alguien ese día pero seguro que la   masa desbordada de las tribunas y del paddock estuvo esta ocasión mucho más   habitable.   Se movía uno mucho más humanamente por el Grandstand, y coger buen sitio en el   paddock para ver a Aidan O’Brien vestir a sus contendientes fue tarea asequible. Se   respiraba un aire de edición sorpresa, de inminente ganador desconocido, y al mismo   tiempo   se presentía también la ineludibilidad de que sí, de que aunque contara con sólo dos   salidas   a la pista, el potro de Stoute, Desert Crown, era realmente especial y no tenía   rivales de entidad. El hijo de  Nathaniel cumplió la segundo mientras que de lo   primero casi se ocupa  Hoo Ya Mal,  150/1 que fue el único que a mitad de recta se   tiró a evitar el triunfo de la chaquetilla de Saeed Manana.     
   Pero antes de la salida de los cajones aún llegó otro olor claramente inesperado, el de la   pólvora de los fuegos artificiales lanzados desde la azotea del Grandstand, dejando una   nube   espesa que invadió toda la pista frente a la meta… ¡fatal metáfora! ¡¿Íbamos a estar   nuevamente ciegos, otra vez ausentes, de la carrera más esperada del año?! No… esta   vez   la maldición no duró dos años, sino sólo escasos segundos, la pesadilla pasó y allí   estaban   otra vez, al alcance de la vista en la lejanía, los cajones de salida hacia los que ya   llegaban   los contendientes, uno de ellos elegidos por los dioses hípicos para grabar su nombre.   Ellos   allí y nosotros aquí, a unos escasos cientos de metros, preparados y en una posición con   perfecta visión, a un tiro de piedra del poste de madera de Epsom, del poste que como   dijo   un sabio definía lo que era ese deporte.     No, no era un sueño, estábamos otra vez allí… iba a ocurrir y ya estaba ocurriendo,   otra   vez éramos felices en Epsom. And they’re off!!!!!      
 
  
     
                         
                         
                           | 
                        | 
					 
			  | 
            
							
          
          
			  
              
            							
							
							
							
  
           | 
         
       
     |